JORNADAS: “VIOLENCIA Y SOCIEDAD”
Mesa 4: Violencia en el ámbito familiar
Alicante – 23 al 25 de abril de 2003
Ponencia: VIOLENCIA EN EL ÁMBITO FAMILIAR.
Dr. José Luis Alba Robles
Profesor de Psicología Básica de la Universidad de Valencia
La violencia en el hogar he experimentado un notable incremento en los últimos años. Creemos que esto obedece a dos razones fundamentales; por un lado, parece haberse incrementado el número de denuncias respecto a los malos tratos por parte de las mujeres, disminuyendo de esta forma la cifra negra constituida por aquellas mujeres que no denunciaban, y por otro lado, a la mayor notoriedad dada por los medios de
comunicación a este fenómeno. Y es que, es bueno decirlo, los medios de comunicación han venido realizando en los últimos años un importante papel externalizador de este fenómeno delictivo a la opinión pública.
Por otro lado, y debido a la modernización de los servicios sociales, la atención a las dificultades de la infancia y de los mayores, ha originado una amplia red de programas y servicios destinados a la detección del maltrato infantil y del maltrato a los mayores. Sin embargo, las dificultades para conocer las cifras de la violencia doméstica siguen siendo enormes; y en cuanto a la cifra del maltrato infantil, ocurre algo similar, ya que la mayoría de casos nos vienen derivados desde servicios sociales. Creemos sin embargo que la cifra de maltrato infantil es muy superior a la registrada desde servicios sociales, y que su detección debe hacerse prematuramente, desde todos los ámbitos de
convivencia, como por ejemplo la escuela. Desafortunadamente, existen pocos programas todavía en nuestro país destinados a la detección del maltrato infantil en el ámbito escolar.
Una definición de violencia familiar sería por tanto aquella que recoge todas modalidades de maltrato susceptibles de presentarse entre todos los integrantes de la unidad familiar, El término englobaría tanto la violencia contra las mujeres por parte de sus parejas, el maltrato infantil y el maltrato a los ancianos.
Consideramos como pareja, de acuerdo con las interpretaciones más comunes del actual código penal, los maridos o exmaridos, los compañeros o excompañeros (es decir, los que conviven o han vivido sin haber contraído matrimonio, y los prometidos o exprometidos (parejas que tienen el deseo tácito o expreso de casarse o vivir juntos).
El propósito de la siguiente ponencia es el de aclarar y recoger los diferentes aspectos sociodemográficos y psicopatológicos que definen al maltratador doméstico, así como la definición del maltrato infantil y del maltrato a los ancianos. Perseguimos por tanto, revisar los siguientes aspectos:
(1) Concepto y características de la violencia contra las mujeres.
(2) Perfil psicológico del maltratador de mujeres.
(3) Abuso infantil: procesos psicológicos.
(4) El perfil interaccional de las madres abusivas
(5) El maltrato a los ancianos. Los grandes olvidados.
CONCEPTO Y CARACTERÍSTICAS DE LA VIOLENCIA CONTRA LAS MUJERES
El término violencia contra las mujeres hace referencia a todo acto de violencia sexista que tiene como resultado posible o real, un daño físico, sexual o psíquico, incluyendo las amenazas, la corrección o la privación arbitraria de libertad, tanto si ocurre en la vida privada como en la pública ( ONU, 1995) según la declaración de las naciones unidas en Beijing (1995), la violencia contra las mujeres es una manifestación de las relaciones de poder históricamente desiguales entre los hombres y las mujeres, que han conducido a la dominación de la mujer por parte del hombre, la discriminación contra la mujer y la interposición de obstáculos contra su pleno desarrollo. La violencia contra la mujer a lo largo de su ciclo vital proviene especialmente de pautas culturales, concretamente de los efectos perjudiciales de algunas prácticas tradicionales o consuetudinarias y de todos los actos de extremismo relacionados con la raza, el sexo, el idioma o la religión, que perpetúan la condición inferior que se asigna a la mujer en la familia, el lugar de trabajo, la
comunidad y la sociedad (ONU, 1995) por otro lado, cuando definimos la violencia doméstica como violencia de género, lo hacemos con la intención de utilizar el término “género” para identificar las diferencias sociales y culturales que se producen entre hombres y mujeres, y que se distingue del terrmino “sexo”, con el cuál nos referimos a las diferencias biológicas entre hombres y mujeres.
Usando el término “género”, nos referimos la violencia ejercido por los hombres contra las mujeres, en la cual el género del agresor y el de la víctima van íntimamente unidos a explicación de esta violencia. Otras de las características de la violencia doméstica con su derivación de la desigualdad de poder entre los hombres y mujeres, que tiene un carácter instrumental ( la violencia de género no es una finalidad por sí misma, sino una manifestación de dominación y control social); es estructural e institucional ( constituye un aspecto estructural de la organización del sistema social); es ideológica ( denominado código patriarcal afecta no sólo a los hombres, sino también a las mujeres). Otra de las características que definen la violencia doméstica es que está en todas partes; países de nuestro entorno europeo, e incluso aquellos con un alto grado de control social informal, como los países escandinavos, o incluso el Japón, ofrecen
muestras de que el fenómeno del maltrato a la mujer no es algo que dependa de países latinos o clase sociales bajas. Es por tanto un fenómeno que afecta a todas las mujeres, de todos los estratos sociales y sobre todo, es un comportamiento aprendido, una actitud aprendida a lo largo de todo el proceso de socialización. El aprendizaje para nominar se legítima con una serie de valores que limitan en los hombres la compasión y empatía. Los valores que sostienen el aprendizaje de la violencia son el sexismo y la misoginia (Alberdi y Matas, 2002)
El plan de lucha contra la delincuencia, presentado por el gobierno el 12 de septiembre de 2002, contemplaba un conjunto de actuaciones que incluían medidas tanto organizativas como legislativas en relación a la violencia doméstica.
Así, en el actual anteproyecto de ley orgánica por la que se modifica el vigente código penal del 1995, se plantea el fenómeno de la violencia doméstica con una vertiente ciertamente multidisciplinar. Por ello, es necesario abordarlo con medida preventivas, medidas asistenciales y de intervención social a favor de la víctima, con medidas incentivadoras de la investigación, y también con medidas legislativas orientadas a la represión de estos delitos.
El actual impacto mediático y la alarma social consecuente del fenómeno del maltrato a la mujer, he llevado a los legisladores ha centrar su atención especialmente en este fenómeno delictivo. Así, las conductas que son consideradas en el código penal como falta de lesiones, cuando se cometen en el ámbito doméstico pasan a convertirse en delitos, con lo cual se abre la posibilidad de imponer pena de prisión y, en todo caso, la pena de privación del derecho a la tenencia y porte de armas. P or esta razón, se ajusta técnicamente la falta regulada en el artículo 617.
Además, respecto a los delitos de violencia doméstica cometidos con habitualidad, se les dota de una mejora sistemática, se amplía el círculo de sus posibles víctimas, y, se impone, en todo caso, la privación de derecho a la tenencia y porte de armas y se abre la posibilidad de que el juez o tribunal sentenciador acuerde la privación de la patria potestad, tutela, curatela, guarda o acogimiento.
PERFIL PSICOLÓGICO DEL MALTRATADOR DE MUJERES
Obtener el perfil psicológico de los maltratadores es una tarea difícil si tenemos en cuenta las dificultades metodológicas que la mayoría de los estudios presentan. Podemos, sin embrago establecer una serie de características comunes asociadas de forma más o menos constante con el maltratador doméstico.
De este modo, podemos señalar como principales factores de riesgo y, basándonos en las investigaciones más recientes, que los maltratadores poseen en su biografía una serie de circunstancias que los hace más proclives al ejercicio del maltrato. Así, aquellos sujetos que cuentan en su infancia con exposiciones repetidas a malos tratos, han sido objeto ellos mismos del maltrato, que consumen actualmente alcohol y drogas, poseen unas desventajas socioeconómicas como el desempleo o la inestabilidad laboral, presentan un mayor riesgo de cometer actos de maltrato.
Como señalé anteriormente, no debe hacernos conceptuar el maltrato doméstico como una cuestión de pobres y personas desfavorecidas socialmente, sino que estas condiciones aumentan la probabilidad de aparición del maltrato hacia las mujeres. El maltrato hacia la mujer es algo que se produce en todas las capas sociales y en todos los
países, incluso en aquellos con un alto nivel de protección social y de respeto hacia las mujeres.
Es importante, por lo tanto, añadir un nuevo discurso a estas explicaciones sociológicas que mediatizan el fenómeno del maltrato, y son las características psicológicas de lossujetos que realizan el maltrato, a fin de poder arrojar nuevos datos y explicaciones respecto al discurso sociológico tradicional. Sólo de este modo podremos establecer categorías susceptibles de ser abordadas experimentalmente, con la finalidad de facilitar una mejor investigación e intervención con este tipo de delincuentes.
A pesar de que existe cierta base empírica que apoya el estereotipo de “holgazán borracho”, dado que el consumo de alcohol unido a dificultades económicas, aumenta en 8 el riego de padecer maltrato, también es cierto que e ntidades diagnósticas como la personalidad antisocial y la depresión aparecen frecuentemente asociadas con el
maltrato físico (Echeburúa, Sarasua, et al. , 1998)
El agresor psicópata
El agresor psicópata representa el maltratador más violento y desconocido por la mayoría de las mujeres, precisamente por esa exhibición de encanto superficial y locuacidad que caracteriza a la mayoría de los sujetos diagnosticados con el trastorno de psicopatía.
Y es que este tipo de agresor, es visto por la mayoría de las personas de su entorno, como una persona impecable, un buen vecino, un buen padre, y todos aquellos atributos sociales que hacen de una persona, un individuo socialmente considerado. Esta es, sin embargo, una trampa de la que se sirve el agresor psicópata para conseguir obtener todos los propósitos que persigue, y por esta misma razón resultará frecuentemente difícil de manejar e incluso de descubrir.
Como afirma Vicente Garrido en su libro Amores que matan (2001), el maltratador psicópata miente de forma brillante ( en ocasiones por el puro placer de hacerlo, sin que haya nada obvio que ganar) y aparentan ser tipos encantadores: Sin embargo, esa capacidad de fascinar, de manipular, es una herramienta puesta al servicio de sus propios intereses con las mujeres; este interés, es un interés meramente instrumental, dado que los psicópatas no poseen la capacidad de enamorarse de una mujer; se trata más bien de lograr captarla con el objetivo, de expoliarla, de obtener todo el beneficio necesario para conseguir sus planes.
Además, si unimos esa capacidad de manipulación con su intenso egocentrismo, con su elevado nivel de autovalía, nos encontramos ante un sujeto capaz de cometer los actos más violentos y atroces con tal de conseguir lo que se propone, incluido matar a la mujer si esta constituye un obstáculo. Esta sería un de las principales causas de agresiones a mujeres por parte de maridos que presentan los rasgos de la psicopatía. (Garrido, 2001).
Por la tanto, para los maltratadores psicópatas, el matrimonio es un trampolín, una adecuada vía de acceso a sus propósitos de logro de poder social y económico, pero carecen de la capacidad básica de generar las emociones necesarias para que un matrimonio perdure. Es en este sentido, un peligro para las mujeres que son incapaces de conseguir adivinar qué tipo de persona está compartiendo su noviazgo con ellas, para, de este modo, evitar seguir adelante con la relación.
En definitiva, el agresor psicópata persigue subyugar, vejar e incluso matar a la mujer en el momento en que ésta dejar de convertirse en un instrumento necesario para sus metas, y en el momento mismo en que esta comienza a presentar unas posiciones contrarias a lo esperado por el agresor, constituyendo una seria amenaza para sus
caprichos. Es este el momento en que decide matarla. Podemos distinguir una serie de fases en el acto de la caza de un agresor psicópata con
las mujeres:
Vulnerabilidad. En mujeres que presentan un estado emocional delicado, una crisis vital en la que necesitan apoyo, resulta más fácil que un psicópata pase a manejar sus vidas, aprovechándose esta situación de vulnerabilidad.
Fascinación. El despliegue de locuacidad y encanto que sabe mostrar el psicópata, como características claves de su capacidad de manipulación, son el arma adecuada para ejercer una fascinación en aquellas mujeres víctimas de sus caprichos. Son frecuentes los halagos y los regalos que realizan para captar a la víctima, y todo sabemos el efecto
que esto produce en una persona que atraviesa serias dificultades emocionales.
Absorción. El maltratador, en esta fase, comprueba que la mujer está fuertemente sujeta. Ahora está preparada para que su vida gire en torno a los deseos de él. La fase de absorción es muy rápida. Consiste en que todos los pensamientos d e la chica versan sobre él. Su trabajo, sus proyectos, sus amigos, todo es ahora secundario. Su dependencia emocional camina hacia su cenit.
Explotación. Esta fase constituye la etapa del proceso perseguido desde el principio por el agresor psicópata. Es aquí donde aparece el terror y el desconcierto de la víctima. Terror psicológico, agresiones físicas o ambos fenómenos aparecen con fuerza en esta fase.
Revelación y horror. En esta fase, la víctima se da cuenta de que la persona con la que va a vivir, e s una persona que la destruirá, y que no va a poder hacerla feliz Ella percibe que depende emocionalmente de él. Se ha producido un fenómeno de refuerzo intermitente, donde tras un suceso altamente aversivo, se suceden otro que produce paz y tranquilidad a la víctima. Este refuerzo intermitente produce el enganche psicológico necesario para que la víctima sea incapaz de predecir el siguiente ataque, y le va a impedir separase de él con más dificultad, pues el enganche psicológico le impide pensar por sí misma. El concepto de la impredectibilidad es uno de los elemento claves que posibilitan el desarrollo del ser humano con unas mínimas garantías de seguridad. Todo aquello que no es susceptible de ser predicho en algún grado, produce en las personas angustia y bloqueos emocionales, incompatibles con el correcto desarrollo de la personalidad humana.
Liberación. Por desgracia, esta es una fase a la que no toda mujer puede llegar. Aquellas mujeres que consiguen deshacerse de las “garras “del psicópata experimentarán por fin ese alivio tas la dependencia emocional a la que estaban sujetas durante la relación. El agresor dependiente
Este tipo de agresor presenta unas características de personalidad muy validadas experimentalmente y que son, principalmente, una baja autoestima, un sentimiento profundo de impotencia e incapacidad para hacer frente a la vida, dependencia emocional y desconfianza en su pareja que en ocasiones se acompaña de celos irracionales y abuso frecuente de la bebida (Garrido, 2001).
A diferencia de lo que ocurría con el agresor psicópata, donde su razón del maltrato residía en la obtención de beneficios de la pareja, de conseguir sus caprichos a través del estilo de vida parásito de la mujer, el agresor dependiente es una persona cuya autoestima se articula en base a la dependencia emocional respecto a la mujer. El agresor dependiente construye su propio self a través de la propia pareja; se convierte, así, el matrimonio, en una forma más de construcción de ese autoconcepto ya de por sí débil. Esta es la razón principal por la que cuando la mujer decide separase o no se somete a sus “obligaciones, el agresor dependiente ve peligrar su autoestima y reacciona
violentamente.
Este tipo de agresor vive esta dependencia negándola, es decir, no acepta que exista tal dependencia emocional de la mujer, sin embargo, reacciona con autoridad cuando ve que la mujer construye sí propia autonomía personal. La necesidad de control y vejación de la víctima para mantenerla bajo su dominio, para sentir la sensación de control es la
causa de que cada vez ejerza más violencia para subyugarla.
G. Dutton, un gran especialista en hombres agresores explica que este tipo de sujetos poseen un gran miedo a la intimidad. ¿Cómo explicar entonces el hecho de esta necesidad de buscar una relación, y por qué se empeñan en perpetuar una relación una vez que la mujer decide separarse?
La explicación a este fenómeno reside en que estos agresores experimentan una gran variedad de sentimientos hostiles, donde la rabia los celos ocupan un lugar prioritario: Con frecuencia, experimentan de modo erróneo las conductas de sus parejas, echándoles la culpa de sus propios errores, y haciéndolas responsables de sus propios sentimientos de dependencia. A esto se añade sus peticiones imposibles de cumplir, y el inevitable castigo que les espera por esos fracasos. Otra característica es su capacidad de inventar, de crear en su abuso psicológico, revelando una imaginación perversa: Por ejemplo, el marido puede humillar a su mujer llamándola” madre desastrosa”, para pasar luego a considerarla “burra” e “ignorante” si decide luego, una vez sus hijos son mayores, ingresar en una escuela de adultos: En palabras de Dutton”: Esos hombres tienen la necesidad de avergonzar y humillar a otro ser humano, con la finalidad de hacer desaparecer su propia vergüenza y humillación”
ABUSO INFANTIL: PROCESOS PSICOLÓGICOS
No fue hasta los años 70 cuando, en líneas generales, se pudo apreciar un interés destacado en las desventuras de los niños objeto de malos tratos. Algunas de las razones fueron la violencia propia de la década anterior, que “despertó” la conciencia social acerca de sus efectos en niños y mujeres (Gelles y Straus, 1979), así como el trabajo pionero del pediatra C. H. Kempe, quién llevó a cabo un simposio interdisciplinar en 1960 organizado por la Academia Americana de Pediatría, cuyas conclusiones ayudaron mucho a reestructurar las actitudes de los poderes públicos hacia el tratamiento de los niños. Poco después los trabajadores sociales se sumaron a l esfuerzo de pedir medidas para hacer frente a este problema. En 1962, Kempe y sus colaboradores acuñaron el término «síndrome del niño maltratado» (Battered child syndrome).
La problemática del maltrato infantil (en sus distintas variedades, cuyos detal les serán objeto de posterior estudio) puede extenderse a la misma historia de la humanidad, aun cuando no sabemos con exactitud la magnitud que tomó el maltrato en las distintas épocas de su desarrollo. Lo cierto es que las variaciones culturales inciden notablemente
en la forma efectiva que toma el maltrato (Obikeze, 1984), lo cual también afecta, como es lógico, a la propia definición legal existente sobre el particular. Por ejemplo, y para resaltar con una situación extrema este punto, Erchack (1984) ha analizado la violencia familiar en el África rural occidental, y ha mostrado que si bien no podía considerarse un problema notorio el maltrato infantil en esas comunidades, existían sin embargo ciertas prácticas consuetudinarias y rituales que podían calificarse de prácticas crueles con respecto a los niños; era el caso de someter a los niños entre los 7 y 16 años a situaciones de terror en las actividades de iniciación para ciertos ritos, o los castigos violentos ejecutados con las manos o con látigos.
En sociedades occidentales avanzadas, es evidente que el maltrato cubre un rango de actividades mucho más amplio, donde los aspectos psíquicos se integran junto a los físicos a la hora de considerar qué actos han de estudiarse como maltrato. Sin embargo, es posible encontrar patrones comunes en las características asociadas al maltrato infantil, tanto por lo que respecta a los elementos que cualifican a los grupos de riesgo, como a los efectos del mismo en los niños y en el sistema familiar. La familia y el maltrato: una relación oscura
La violencia entre los miembros de la familia, particularmente en la forma de maltrato infantil, aun siendo una constante en todas las épocas y culturas, emerge como problema social grave en las últimas décadas
¿Cuál es la verdadera incidencia y amplitud del maltrato? ¿Nos encontramos, hasta la fecha, ante la punta de un profundo iceberg, que progresivamente emerge? ¿Aumentan o decrecen los malos tratos a la infancia? Para responder a estos y otros interrogantes, y antes de ofrecer algunas estadísticas orientativas del panorama mundial de la incidencia
de este problema, será conveniente saber que son muchas las dificultades a las que se enfrentan los estudios epidemiológicos sobre el maltrato infantil.
En un importante trabajo de evaluación de la literatura especializada en este tema, Plotkin el al. (1981) mostraron, sobre la base de 270 artículos revisados, el discutible valor científico de los mismos. Los resultados de esta evaluación evidenciaron que la calidad científica de estos trabajos era discutible en cuanto a las exigencias fundamentales de las investigaciones experimentales bien construidas. De hecho, gran parte de los trabajos carecían de datos originales que apoyasen las hipótesis y teorías expuestas. La mayoría presentaban serios problemas metodológicos y estadísticos en
relación a las siguientes áreas: grupos de comparación insuficientes, deficiente uso de los descriptores demográficos, insuficiente documentación sobre la fiabilidad y validez de las fuentes de datos, escaso empleo de análisis estadísticos en el tratamiento de los datos, conclusiones y sugerencias improcedentes, etc.
Algunas de estas dificultades se originan en un primer momento por la escasez de estadísticas disponibles para el conocimiento de la incidencia y prevalencia de los malos tratos, y por la falta de fiabilidad en la medición del maltrato. En efecto, se ha constatado que muchas investigaciones basadas en muestras a escala nacional o local manejaban definiciones poco precisas del problema, en las cuales no era fácil
determinar si se estudiaba la incidencia del maltrato físico, de la violencia psicológica o del abuso sexual, etc.; además las mismas variables utilizadas para la medición estaban poco contrastadas y precisadas. De este modo los datos ofrecidos por dichos estudios han debido considerarse únicamente aproximativos por exceso o por defecto. Por otra
parte, tanto los estudios longitudinales, difíciles en su construcción y seguimiento, como los estudios transversales, limitados para extraer conclusiones definitivas sobre la incidencia y las consecuencias a largo plazo, se enfrentan con el problema de las fuentes informativas para la investigación, cuestión ésta de especial y conflictivo significado en nuestro problema.
Parece evidente esta cuestión si pensamos que son pocas las estadísticas oficiales fiables y homologables de que disponemos sobre el fenómeno de los malos tratos, si exceptuamos los países de ámbito anglosajón. La metodología introducida por las agencias encargadas de la detección de los malos tratos ha conducido a propagar diversos «mitos» y sesgos a la hora de considerar la real incidencia del maltrato. Uno de ellos —como señala Kempe y Kempe (1979)— es la consideración social de que el maltrato es un fenómeno infrecuente y raro. Por otra parte, la creencia que define la
violencia en la familia y el maltrato infantil como un fenómeno de clase parece discutible, si bien la literatura internacional apoya una mayor incidencia de los malos tratos en las clases desfavorecidas (Wolfe, 1987). Diversos autores han señalado en este sentido, que la relación causal entre clase social baja y maltrato familiar puede acusar el
evidente etiquetado de que son objeto las familias más desfavorecidas y marginadas por parte de las instituciones oficiales. Según Gelles (1982), la profesión del padre influiría el parecer del médico sobre la sospecha de malos tratos.
Otros factores relacionados con los prejuicios y actitudes culturales sobre el problema de la violencia familiar colaboran activamente a mantener sumergido el número real de casos de maltrato; citemos a modo de ejemplo la escasa preparación de los profesionales en la detección de casos y los problemas emocionales derivados de su implicación en la denuncia de un presunto caso de malos tratos, que por lo demás se evita a menudo denunciar. Consecuencia también de una cultura poco solidaria ante este problema, es el escaso número de padres que acuden a los servicios sanitarios en busca de atención para sus hijos, y la realidad de que el p ropio niño tratará, casi siempre, de negar y ocultar que
ha sido objeto de violencia y malos tratos. Estos y otros factores han conducido a recluir el problema al amparo de la privacidad familiar y apoyan la evidencia de la dificultad de su conocimiento (véase Marín y Garrido, 1990).
De este modo, por unas u otras razones, podemos afirmar que las estadísticas disponibles sobre los malos tratos a la infancia representan sólo una porción limitada del número de casos reales que ocurren; siendo además desigual esta incidencia en las diversas áreas culturales. Por otra parte algo similar sucede, aunque de forma mucho más pronunciada, si se tratara del abuso sexual (Wolfe et al., 1988). Este mismo autor (Wolfe, 1987), considerando el conflicto en las interpretaciones de las estadísticas en EE UU, constata cómo los informes oficiales señalan un incremento del número de casos de niños víctimas del maltrato en la década de los 80; y se pregunta si este aumento es debido a la mejora en los sistemas de detección y al mayor número de estudios y estadísticas disponibles sobre el problema, o si por el contrario el incremento es consecuencia evidente de que los padres maltratan y abandonan a sus hijos hoy más que ayer. Concluye afirmando que probablemente se esté produciendo un progresivo aumento de familias en riesgo de maltrato y abandono, crecimiento vinculado al aumento de la privación económica de estas familias y a la crisis del sistema de bienestar social de la infancia (Child Welfare System).
Incidencia del maltrato
Teniendo en cuenta estas limitaciones que la investigación sobre la incidencia del maltrato presenta, podemos avanzar de forma orientativa y resumida, algunos datos sobre el fenómeno aparecidos en las dos últimas décadas. Las dificultades expuestas sobre la fiabilidad en el conocimiento real del maltrato aparecen en primer lugar en los Estados Unidos, país pionero en la investigación al respecto. Mientras el clásico estudio del Gil (1970) recogiendo datos sobre los años 1965-1969 afirma que el maltrato infantil no constituía un grave problema social en la infancia de EE UU, por otra parte Kempe y Kempe (1979) consideran equivocada tal percepción, ya que en el estudio sólo se registraron casos de maltrato físico denunciados ante la ley. Más recientemente Straus, Gelles y Steinmetz (1980) —resaltando el alto nivel de violencia sobre la infancia en aquel país— sitúan entre 1.4 y 1.9 millones (140 por 1.000) de niños en riesgo de ser víctimas de malos tratos (citado en Wolfe, 1985).
En cuanto a la incidencia en países europeos, las estadísticas sobre el problema son escasas y poco fiables, si exceptuamos algunos estudios realizados en Gran Bretaña por la National Society for the Prevention of Cruelty to Children. Así, en la evaluación de su estudio epidemiológico realizado en los años 1977-1982 en el Reino Unido, Creighton (1985) señala cómo en este país se ha producido en los últimos años un descenso de las muertes y lesiones muy graves en niños maltratados, a la vez que aumentaban notablemente el número de niños que presentaban lesiones físicas leves. Esta autora constata además que los niños recién nacidos de bajo peso, los niños de poca edad en general y los adolescentes constituían la población más afectada por el maltrato físico, el abandono y el retraso en e l crecimiento de origen no orgánico, siendo las niñas entre 10 y 14 años las más afectadas por el abuso sexual. Grupos todos ellos con padres muy jóvenes, inestables en su matrimonio, con alta tasa de hijos, desempleados, con antecedentes penales, etc.
En Francia, según Deltaglia y Mancieux (1976) aproximadamente unos 30.000 niños serían víctimas de malos tratos, cifra similar a la ofrecida por una encuesta realizada por el diario «La Monde» (citado en Mion, 1984) según la cual uno de cada 150 niños hasta los seis años fue víctima cada año de violencias graves en su familia.
En cuanto a Italia, Covini (1988) subraya la escasez de datos fiables. Las cifras oficiales de maltrato en la familia en 1982 arrojaron 2.970 denuncias, o en 1983 en el que se registraron únicamente 302 denuncias por violencia carnal en menores de catorce años. Cifras que a todas luces, según la autora, resaltan el escaso conocimiento público que del problema se tiene en ese país.
Por lo que respecta a España, cabe decir que, según Cáritas Española, unos 40.000 casos anuales presentan indicios de haber sufrido maltrato físico (García Martín, 1986). El 90% de los hechos de maltrato se atribuyen a los padres (Sánchez, 1983). Compartimos la opinión de Gallardo (1988) cuando afirma la imposibilidad de conocer adecuadamente la incidencia del maltrato en nuestro país. Son escasísimas las investigaciones sobre el problema, además de no existir un registro a nivel estatal que recoja las denuncias de los diversos sectores profesionales implicados en los servicios de protección a la infancia. No obstante, los medios de comunicación social de España están haciendo en los últimos años un notable esfuerzo para revelar a la opinión pública el incremento de los malos tratos a la infancia, y en general de la violencia desencadenada en la familia. Sirvan de ejemplo algunas noticias sobre este particular.
Según al diario «El Mundo» (24-1-1990) en torno a 4.000 niños mueren en España víctimas de los malos tratos recibidos, siendo el número de los afectados e n torno a los 100.000. Cifra similar arrojaba «El País» (30-4-1989) señalando que el tipo de conducta violenta sufrida por los niños se sitúa sobre el 65% en cuanto a violencia física; un 12% sufre maltrato emocional; también en torno al 12% es objeto de a buso sexual y un 8% es víctima del abandono.
Informando de los resultados de un estudio sobre esta cuestión elaborado por la comisión interministerial de la juventud, «Las Provincias» (15-5-1988) señalaba que la mitad de los padres españoles utilizaban castigos no recomendables para sus hijos, un 60/% utilizaban formas de violencia física o psicológica crueles y dañinas.
Cataluña parece ser una de las comunidades autónomas que más alto índice de maltrato infantil presenta, en torno a 15.000 casos anuales, según el semanario «El Temps» (19-2-90) siendo el padre el causante en un 64.9% de las veces y la madre en un 77.9%.
Maltrato infantil: definiciones
El interesante trabajo realizado por Finkelhor y Korbin (1988) para la UNICEF, asumiendo la perspectiva internacional que ha inspirado la Convención de los Derechos del Niño (promulgada por Naciones Unidas en 1989) ofrece una serie de definiciones dignas de tener en cuenta, que se presentan en el recuadro siguiente.
LA REALIDAD CRIMINOLÓGICA: Tipos de Maltrato (Finkelhor y Korbin, 1988) Maltrato físico: “se define como la violencia y otras acciones humanas no accidentales, proscritas, que ocasionan sufrimiento en el niño y que son capaces de causar heridas o lesiones permanentes para el desarrollo o el funcionamiento”. Dentro de esta categoría, el maltrato físico puede adoptar diversas formas: niño golpeado por sus padres, niño golpeado en instituciones, homicidio infantil, niños víctimas de hostilidades grupales, y niños lesionados permanentemente a causa de rituales culturales o de prácticas de crianza infantil.
Negligencia física: ”se define como la deprivación o ausencia de provisión de los recursos necesarios y socialmente disponibles debido a acciones humanas proscritas de los padres o responsables que suponen la aparición de daños permanentes en el desarrollo o el funcionamiento”. Las modalidades que pueden ser expresión de negligencia física son: negligencia paterna, negligencia institucional y la negligencia selectiva y discriminatoria.
Abuso sexual: “cualquier contacto sexual entre un adulto y un niño sexualmente inmaduro (definida esta madurez sexual tanto social como psicológicamente), con el fin de la gratificación sexual del adulto; o bien, cualquier contacto sexual con un niño realizado a través del uso de la fuerza, amenaza, o el engaño para asegurar la participación del niño; o también, el contacto sexual para el que niño es incapaz de ofrecer su consentimiento en virtud de la edad o de la disparidad de poder y la naturaleza de las relaciones con el adulto. El abuso sexual puede manifestarse, según estos autores, de diversas maneras: relaciones sexuales entre padres e hijos, explotación sexual por otros miembros familiares o tutores, violación infantil, prostitución y pornografía infantil.
Maltrato y negligencia emocional o psicológica: “se trata del concepto sobre el que existe un menor acuerdo en la definición de sus elementos. Garbarino y sus colaboradores lo han definido como “la intención destructiva o el daño significativo ocasionado en la competencia del niño a través de actos tales como el castigo de la conducta de apego, el castigo de la autoestima, y el castigo de las conductas necesarias para una interacción social normal”. Las conductas propias del maltrato emocional incluirían el rechazo, el aislamiento, el aterramiento, la indiferencia, la corrupción y el
manejo del niño como un adulto.
El perfil interaccional de las madres abusivas
El preámbulo y el artículo 18 de la Convención de los Derechos del Niño ha reconocido que la familia es el lugar natural para el crecimiento y bienestar del niño. El núcleo familiar sería de este modo el ambiente primordial en el cual el niño experimentaría el reconocimiento de sus derechos. Sin embargo, la investigación sobre la violencia familiar, ha señalado que la familia es también el lugar más inmediato para la experiencia del riesgo en la infancia, ya sea a través de la victimación o a causa del aprendizaje de conductas antisociales en la misma.
La literatura sobre etiología e intervención en el maltrato infantil se ha servido de tres modelos o teorías para explicar la interacción de los factores individuales, los estilos de crianza y las condiciones ambientales en las familias en riesgo de malos tratos. Cada uno de estos modelos subraya algunos de los déficit peculiares de estas familias, por lo que la síntesis de los mismos nos permiten una aproximación ecológica a las situaciones de riesgo familiar (Belsky, 1980; Belsky y Vondra, 1987).
El modelo psiquiátrico, pionero en cuanto a las teorías explicativas, centró su interés en las variables individuales de la desviación familiar (Steele y Pollock, 1968). El origen de las conductas violentas encontraría su explicación en los graves trastornos de personalidad de los padres que les impedirían el control de los impulsos agresivos. La investigación clínica y de carácter restrospectivo en la que se ha basado este modelo, indicó también que las características más importantes de estos padres serían psicopatología, depresión, baja autoestima, historia de malos tratos, rigidez e impulsividad, inmadurez emocional, alcoholismo y drogadicción, retraso mental, inversión de roles, frustración y agresividad crónica. Por otra parte, según este modelo, las estrategias de intervención para el tratamiento de estas familias incluirían la psicoterapia individual o de grupo, la separación del niño de su familia y la hospitalización. Según la orientación psiquiátrica cualquier tipo de malos tratos podría beneficiarse de estas estrategias. Sin embargo, los límites de este modelo fueron señalados pronto debido a insuficiencias metodológicas y a la ausencia de variables explicativas ambientales y familiares que la literatura posterior ha correlacionado más estrechamente con el riesgo de malos tratos (Wolfe, 1985).
Las características sociodemográficas y culturales de las familias en riesgo fueron subrayadas en la década siguiente por el modelo socio-cultural. La premisa básica de esta perspectiva se apoya en la idea de que el contexto social y económico de marginación y pobreza, junto a los valores culturales permisivos del castigo corporal, constituirían las variables determinantes de las prácticas educativas agresivas o negligentes (Garbarino y Stocking, 1980). De acuerdo con la explicación sociológica, las características de las familias en riesgo vendrían definidas por las siguientes
condiciones de estrés social: pobreza, aislamiento y ausencia de apoyo social, desempleo, insatisfacción laboral, paternidad prematura, elevado número de hijos, hacinamiento y precariedad del hogar, divorcio/separación, paternidad única, tolerancia social del castigo, rol de la mujer en la familia y en la sociedad, etc. Los modelos de intervención basados en el diagnóstico sociocultural han acentuado algunas estrategias en particular, tales como programas de acción comunitaria, campañas dirigidas a la opinión pública, programas de empleo, y reformas globales de los servicios de bienestar, sanitarios y educativos. Estos servicios parecen ser efectivos fundamentalmente con las familias en riesgo de negligencia de las tareas propias de la paternidad.
Finalmente, la explicación que ha obtenido un consenso más amplio en la literatura es la ofrecida por el modelo social-interaccional (Burgess, 1979; Parke y Collmer, 1975; Wolfe, 1987). Basado en el estudio empírico de las interacciones familiares y en la teoría del aprendizaje social, este modelo explica la etiología de los malos tratos a través del análisis de los procesos psicológicos (percepciones, atribuciones, afrontamiento del estrés, la expresión del afecto y la ira, la activación), que condicionan las interacciones entre padres e hijos, y que sirven de mediación entre las variables individuales y los factores ambientales.
El estudio de las características conductuales, cognitivas y afectivas de los padres y niños de las familias en riesgo ha permitido conocer una serie de déficit específicos de estas familias. Los más significativos son los siguientes: pobres habilidades de manejo del estrés y de los conflictos maritales, conocimiento insuficiente de métodos alternativos de disciplina, pobres habilidades para el cuidado del niño (ej. supervisión, nutrición, cuidados médicos), escaso conocimiento de las etapas evolutivas del niño, atribuciones y expectativas distorsionadas de la conducta infantil, pobre comprensión de las formas adecuadas de manifestación del afecto, y mayores tasas de activación fisiológica (LaRose y Wolfe, 1987). De acuerdo con estos déficit, los programas de intervención basados en este modelo han acentuado los métodos educativos para mejorar la competencia de los padres y los niños, los programas desarrollados en el hogar, los grupos de apoyo, y los servicios comunitarios necesarios (guarderías, programas recreativos, atención en los períodos de crisis), para aliviar las situaciones de estrés familiar (Wolfe, Kaufman, Aragona y Sandler, 1981). La literatura ha señalado además, la adecuación y efectividad de estas estrategias con aquellas familias que experimentan el maltrato físico y emocional.
EL MALTRATO A LOS ANCIANOS. LOS GRANDES OLVIDADOS
El maltrato al anciano emerge como problema social recientemente, ya que apenas existen estudios, por no decir ninguno, que trate adecuadamente el problema del maltrato en ancianos en nuestro país. Esto no significa que el problema no existía; siempre ha existido, pero sólo recientemente, y debido al envejecimiento de la población ha comenzado a presentar signos de alarma social y preocupación por parte de las instituciones. Además, la mayoría de las veces, los ancianos no quieren reconocerse como víctimas de malos tratos por temor a represalias, o al confinamiento en instituciones, o simplemente porque prefieren negar una realidad que les resulta insoportable; por otra parte, los familiares o los cuidadores, no van a dar facilidades en la detección por razones obvias. Tampoco ha habido mucha sensibilidad por parte de los profesionales sanitarios en este sentido y los recursos sociales para dar una solución al
problema, una vez detectado, son escasos a pesar de afectar a un grupo de población que crece exponencialmente .
Carecemos de datos fiables en nuestro país para estimar la magnitud de este problema. Existen algunos trabajos que han intentado aproximarse al estudio del abuso en el anciano, tanto desde un punto de vista epidemiológico como mediante la búsqueda de herramientas diagnósticas del maltrato del anciano, así como en la investigación de factores de riesgo en nuestro entorno más próximo. Estos estudios carecen del necesario rigor metodológico que debe acompañar a toda investigación, por lo que sus conclusiones no pueden ser extrapolables a la población general; además, las escalas o baremos utilizados no están validados. Las cifras más altas corresponden a ancianos atendidos por los servicios sociales ( 35%) y en hospitalizados (8.5%). En un estudio reciente sobre prevalencia de malos tratos a ancianos, se arrojan tasas altas de prevalencia, en concreto de un 11.9%, pero se trata de sospechas sin confirmación de abuso.
Definición de maltrato al anciano
En la primera Conferencia de Consenso sobre el anciano maltratado, celebrada en España en 1995, se acuerda definir el maltrato al anciano como: “Cualquier acto u omisión que produzca daño, intencionado o no, practicado sobre personas de 65 años o más, que ocurra en el medio familiar, comunitario o institucional, que vulnere o ponga en peligro la integridad física, psíquica, así como el principio de autonomía o el resto de los derechos fundamentales del individuo, constatable objetivamente o percibido subjetivamente”
Tipos de maltrato
Negligencia
· Física: No satisfacer las necesidades básicas como el alimento, cuidados higiénicos, vivienda, seguridad y tratamientos médicos.
· Emocional: Consiste en la negación de afecto, desprecio, aislamiento o incomunicación.
Maltrato Físico
Golpes, quemaduras, fracturas, administración abusiva de fármacos o tóxicos.
Maltrato psicológico
Manipulación, intimidación, amenazas, humillaciones, chantajes, desprecio, violación
de sus derechos impidiéndole tomar decisiones.
Abuso económico
Impedir el uso y control de su dinero, y chantaje económico sobretodo.
Abuso sexual
Cualquier tipo de relación sexual no consentida o cuando la persona no es capaz de dar su consentimiento.
Factores precipitantes del maltrato
A pesar de que el estudio del fenómeno del maltrato es muy reciente en nuestro país, se han intentado delimitar las principales cusas que conducen al maltrato. Se han citado reiteradamente cuestiones relativas al cambio de valores en la sociedad de hoy, donde la juventud, la productividad, y la salud son valores en alza. El anciano enfermo, frecuentemente dependiente e improductivo, es infravalorado y a veces resulta “una molestia” para familias nucleares con dificultades para cuidar al anciano, Sin duda, factores sociales y culturales aparecen en la base de este fenómeno, pero existen otro tipo de cuestiones como los factores familiares e individuales: Se han identificado factores asociados al maltrato como el estrés del cuidador, problemas socioeconómicos, antecedentes de violencia familiar, etc. pero se consideran factores de riesgo más que propiamente causales, ya que no siempre su existencia determina la aparición del problema, sino que sólo aumenta la probabilidad de que éste aparezca.
Consecuencias del maltrato al anciano
Lesiones físicas
Son aquellas lesiones causadas por traumatismos, desnutrición, deshidratación, fracturas por caídas, úlceras por decúbito debido a la negligencia de sus cuidadores, abandono por falta de cuidados, heridas por ataduras, abrasiones, quemaduras e intoxicaciones.
Consecuencias psicológicas
Tristeza, trastornos emocionales, sufrimiento, depresión, ansiedad, ideación suicida, inhibición, somatizaciones y pseudodemencias.
Consecuencias sociales
Aislamiento físico, psicológico y social.
Se estima que los malos tratos tienen una importante repercusión en la utilización de servicios sanitarios, sobre todo, en el aumento de la frecuencia en el uso de las visitas médicas y de las hospitalizaciones, condicionadas por la morbilidad asociada a síntomas de negligencia, el abandono o la violencia física.